La noche queda para quien es.
La lluvia amarilla es un librazo de Julio Llamazares. Para mí un 5 estrellas y aún así soy consciente de que no es una novela para todo el mundo. Hay que leerla con tranquilidad y paladearla tranquilamente.
No empieces a leer el libro si no tienes el cuerpo para tristeza, pena, melancolía y para leer sosegadamente. Avisado estás.
La prosa de Llamazares es magnífica. Mientras estaba leyendo recuerdo que pensé que yo nunca en la vida podría escribir así. Hay muchos libros que parecen fáciles de escribir, aunque a la hora de la verdad no lo sean. Éste ni lo es ni lo parece.
Argumento
La lluvia amarilla narra el abandono de un pueblo del Pirineo aragonés por parte de sus habitantes, hasta que sólo queda uno, Andrés. Con los recuerdos de Andrés viviremos como se ha ido deshabitando y diferentes aventuras del pasado que nos harán comprender la situación actual y acompañarle en toda su soledad.
Es un libro triste, muy triste, se ha convertido en un símbolo del éxodo rural, de la España vacía, pero yo lo veo como un libro sobre la soledad. La soledad que envenena y que mata. Se ha ganado el puesto número 2 en mi ránking de libros tristes que sigue encabezando La tumba de las luciérnagas de Akiyuki Nosaka.
La atmósfera que se crea en la novela te oprime el corazón, te desarma y te llena de pesar. Porque no es una soledad como encontramos por ejemplo en Encender una hoguera de Jack London, que es una soledad en la naturaleza. Esta es una soledad de la que duele.
Si te animas es una novela muy barata que puede conseguirse por menos de 6€.
Retazos
Me sorprende como ya he dicho su estilo, que es como una prosa poética, como estar leyendo poesía realmente bonito y a la vez complejo.
Por ejemplo.
A partir de aquella noche, el óxido fue ya mi única memoria y el único paisaje de mi vida. Durante cinco o seis semanas, las hojas de los chopos borraron los caminos y cegaron las presas y entraron en mi alma como en las habitaciones vacías de las casas. Luego, ocurrió lo de Sabina. Y, como si el propio pueblo fuera una simple creación de mi mirada, la herrumbre y el olvido cayeron sobre él con todo su poder y toda su crueldad. Todos, incluso mi mujer, me habían abandonado, Ainielle se moría sin que yo pudiera ya tratar siquiera de evitarlo y, en medio del silenciado, como dos sombras extrañas, la perra y yo seguíamos mirándonos, pese a saber que ninguno de los dos tenía la respuesta que buscábamos.
Existen pasajes con más, fuerza, que impresionan, que te meten la pena dentro, pero como desvelaría partes importantes de la trama no voy a ponerlos.
La busqué inútilmente por la casa: en las habitaciones de abajo y la cocina, en el trastero de las herramientas, en la cocina y el desván, en la bodega. En el portal, tampoco hallé a la perra. Sólo la oscura sobra del jabalí seguía colgada de la viga, alimentando con su sangre el charco que rompía bajo ella la blancura perfecta de la nieve.
Dejo algunas de las imágenes que he probado y que no he elegido como portada. Al final he elegido La que aparece el hombre, con el reloj como paso del tiempo y todo envuelto de una luz amarilla, como esa lluvia amarilla.
Cómo funciona el tiempo
Rescato este fragmento donde nos habla del paso del tiempo y que me parece magnífico.
El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando. Como el río, se enreda entre las ovas tiernas y el musgo de la infancia. Como él, se despeña por los desfiladeros y los saltos que marcan el inicio de su aceleración. Hasta los veinte o treinta años, uno cree que el tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume. Pero llega un momento en que el hombre descubre la traición de los años. Llega siempre un momento -el mío coincidió con la muerte de mi madre- en el que, de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo. A partir de ese instante, los días y los años empiezan a acortarse y el tiempo se convierte en un vapor efímero -igual que el que la nieve desprende al derretirse- que envuelve poco a poco el corazón, adormeciéndolo. Y, así cuando queremos darnos cuenta, es tarde ya para intentar siquiera rebelarse.
Ainielle existe
Aunque la trama y los personajes son inventados, la población de Ainielle en la que se ambienta la novela existe de verdad.
En el año 1970, quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resiste, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto.
Por su parte, el libro Ainielle, la memoria amarilla, de Enrique Satué, cuenta la verdadera historia de Ainielle.
- Enlace dónde podemos ver alguna foto de Ainielle